MAYO DE 2016. Fue a primeros de mayo de 2016 cuando, unos días después de mi llegada a Edimburgo, aquel coche partía desde el barrio de Gorgie donde había aterrizado. Con los bártulos a cuesta y la emoción agarrada en el pecho para que no se me escapara, nos dirigimos a la New Town. Un entramado de calles adoquinadas, flanqueadas por edificios de estilo neoclásico y georgiano nos recibieron. La elegancia se vistió de barrio histórico para dejarnos encandilados.

¿Quizás había estado ya allí? Aquello me parecía un viaje astral y de una forma u otra sentí que una parte de mí pertenecía a aquel lugar desde hacía mucho tiempo. Como si en dimensiones paralelas, mi biografía hubiera transcurrido por sus rincones tan refinados, como pintorescos. Como si reconociera cada fachada, como si ya hubiera abierto alguna de aquellas infinitas ventanas. No lo sé, pero el caso es que aquella Ciudad Nueva me rasgó algo en lo más profundo. Se me metió en el cuerpo para siempre.

Las brujitas de melena azafranada y de buenas artes quisieron que me uniera a su aquelarre en las noches de primavera desde Calton Hill. Mientras yo quería jugar a ser una “New Town girl” que miraba su reflejo en los charcos de George Street durante el verano.

El otoño recogiendo hojas de la alfombra dorada que se extendía por Dundas Street y el invierno leyendo a R.L Stevenson, mientras miraba el jardín de la casa. Después de más de cuatro años, aquí sigo atrapada en esta parte del mapa edimburgués. ¿Te preguntas qué es lo que hace tan especial este rinconcito del mundo? Estoy segura que te van a entrar unas ganas bárbaras de venirte corriendo a vivir en esta New Town de Edimburgo.
Te lo cuento en mi próximo post: Enamórate en la New Town de Edimburgo. Laura Medina Alemán.